sábado, 1 de diciembre de 2007

Y crecía al doblar
las esquinas y el caos;
y regaba las flores
y el orden
con agua de un océano
de azúcar
y jerarquías.
Y hasta con las muñecas
formalizadas
regalaba a los ángeles
un mendrugo de vida
teórica
o unas esquirlas óptimas
de espectativas
finitas.
Y al viento le ponía sal
y leyes específicas
y al agua le entregaba
bombones con palabras
naturales y físicas;
y escuchaba las horas
y su música apócrifa
sentado en el desván
teleológico
de una espera abrasiva
y holística.
Y en el humo apaisado
de un proceso dinámico
se le diluían
en átomos intencionados
todos los elementos:
El amor como
prototipo científico
del tiempo;
la costumbre, un opuesto
al movimiento
y la impaciencia
como variable
constante
de su pie incierto,
simétrico:
que la palabra “nunca”
siempre llevó cosido
en sus rodillas
un imperdible
de tiempo.

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